domingo, 27 de abril de 2014

Perfiles psicológicos asociados

El agresor. De acuerdo con Ortega (2004), el abusador, ya sea hombre o mujer, raramente es un alumno que se destaque académicamente. Más bien es un individuo que suele estar en el grupo de los alumnos que no obtienen buenos resultados. Sin embargo goza del prestigio social de sus compañeros al tener ciertas habilidades desplegadas tales como: haber aprendido las claves para hacer daño y evitar el castigo, e, incluso ser descubierto. Siempre tiene una excusa o una explicación para justificar sus burlas, hostigamiento o persecución hacia su víctima. Evade la situación de forma virtuosa: nuca ha sido él; siempre es capaz de demostrar que otro empezó primero y que él no tuvo más remedio que intervenir; alude a que fue provocado por la víctima, etcétera.

Es cínico, simpático y adulador con los adultos. Puede argumentar que la razón de su comportamiento hacia la víctima se debe precisamente a ésta: “él se lo buscó, al venir vestido así”. Con sus profesores o adultos es gracioso lo que le permite engañarlos y mantener un muro de silencio entre su vida social con sus pares y sus relaciones directas con profesores y padres.

El agresor es un chico con personalidad problemática con rasgos tendentes a la psicopatía, ello debido, en muchas ocasiones, a experiencias previas en donde fue victimizado por adultos, criado en un clima de abandono o de inestabilidad emocional. Son chicos que sufren o han sufrido problemas de maltratos o crueldad por parte de adultos o de personas cercanas a su vida familiar.

El ámbito de su vida doméstica, en muchas de las ocasiones, es un escenario cerrado, regido por una rígida moral de lo privado. Algunos de los abusadores son chicos que son objeto de una disciplina dura que incluye el castigo físico o la permanente humillación y desprecio por parte de sus familiares.

Todo ello los convierte en agresores y víctimas; en personas que socializan a partir de una serie de actitudes y comportamientos que les dificultan comprender los sentimientos de otros, ello debido a que, a su vez, viven la experiencia cotidiana de que sus propios sentimientos son ignorados, cuando no directamente agredidos.

La víctima. Siguiendo a Ortega (2004), el alumno que es víctima de un abusador no tiene características homogéneas. Puede ser un estudiante con bueno, mediano o mal rendimiento académico. En muchas de las ocasiones tiene escasas habilidades sociales, aunque no siempre es tímido ni reservado.

Un tipo de víctima, llamada víctima provocadora, se caracteriza por ser muy interactiva lo que la lleva a implicarse en conversaciones de otros grupos sin haber sido invitada y a cometer torpezas sociales que otros evitarían. Su torpeza suele ser la excusa para que el agresor justifique su comportamiento.

Con frecuencia, las víctimas son alumnos que están bien integrados en el sistema educativo, particularmente en las relaciones con los adultos; atienden al profesor, son muy sensibles a las recompensas en cuanto a sus tareas académicas y provocan envidia y celos entre los otros.

En ocasiones, la víctima es un chico cuya debilidad social reside en no haber tenido experiencias previas de confrontación agresiva. Chicos sobreprotegidos o educados en un ambiente familiar tolerante y responsable, exhiben una gran dificultad para enfrentar retos de prepotencia y abuso. Estos chicos tienden a refugiarse en un reducido número de amigos íntimos, fuera de los cuales se sienten perdidos.

Muchas víctimas son chicos que tienen alguna deficiencia física o psíquica: chicos con dificultades de desarrollo, trastornos en su trayectoria de aprendizaje y que son objeto de programas especiales; chicos que utilizan anteojos, que tienen orejas grandes, pequeñas o desplegadas, ser obeso o muy delgado, pequeño o grande para su edad, etcétera.

Otro tipo de víctimas son las que pertenecen a grupos sociales diferenciados, como puede ser migrantes o indígenas, por ejemplo. Este tipo de violencia tiene una clara connotación racial.


Los espectadores. Según Ortega (2004), los alumnos se encuentran bien informados sobre la existencia de problemas de maltratos entre compañeros: conocen bien en qué consiste el problema, quién o quiénes son los abusadores, quién o quiénes son objetos de abuso e intimidación, dónde tienen lugar los malos tratos y hasta dónde llegan. Los alumnos que presencian estas situaciones, los espectadores, pueden resultar afectados en sus sistemas de creencias, ya que, aunque las situaciones violentas no están dirigidas contra ellas, el intercambio de afectos y sentimientos que se dan en ellas puede llegar a ser cruel y devastador. Cuando un abusador insulta, humilla, intimida o agrede a otro en presencia de terceros, sin ahorrar el espectáculo a los que miran e incluso piden su complaciente asentimiento, provoca en la mente de los espectadores un problema de disonancia moral y de culpabilidad, porque le está pidiendo que aplauda, o al menos ignore, una crueldad de que el espectador no es responsable como agente, pero sí como consentidor.

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