El agresor. De acuerdo con Ortega (2004), el abusador, ya sea hombre o
mujer, raramente es un alumno que se destaque académicamente. Más bien es un
individuo que suele estar en el grupo de los alumnos que no obtienen buenos
resultados. Sin embargo goza del prestigio social de sus compañeros al tener
ciertas habilidades desplegadas tales como: haber
aprendido las claves para hacer daño y evitar el castigo, e, incluso ser
descubierto. Siempre tiene una excusa o una explicación para justificar sus
burlas, hostigamiento o persecución hacia su víctima. Evade la situación de
forma virtuosa: nuca ha sido él; siempre es capaz de demostrar que otro empezó
primero y que él no tuvo más remedio que intervenir; alude a que fue provocado
por la víctima, etcétera.
Es cínico, simpático y
adulador con los adultos. Puede argumentar que la razón de su comportamiento
hacia la víctima se debe precisamente a ésta: “él se lo buscó, al venir vestido
así”. Con sus profesores o adultos es gracioso lo que le permite engañarlos y
mantener un muro de silencio entre su vida social con sus pares y sus
relaciones directas con profesores y padres.
El agresor es un chico
con personalidad problemática con rasgos tendentes a la psicopatía, ello
debido, en muchas ocasiones, a experiencias previas en donde fue victimizado
por adultos, criado en un clima de abandono o de inestabilidad emocional. Son
chicos que sufren o han sufrido problemas de maltratos o crueldad por parte de
adultos o de personas cercanas a su vida familiar.
El ámbito de su vida doméstica,
en muchas de las ocasiones, es un escenario cerrado, regido por una rígida
moral de lo privado. Algunos de los abusadores son chicos que son objeto de una
disciplina dura que incluye el castigo físico o la permanente humillación y
desprecio por parte de sus familiares.
Todo ello los convierte
en agresores y víctimas; en personas que socializan a partir de una serie de
actitudes y comportamientos que les dificultan comprender los sentimientos de
otros, ello debido a que, a su vez, viven la experiencia cotidiana de que sus
propios sentimientos son ignorados, cuando no directamente agredidos.
La víctima. Siguiendo a Ortega (2004), el alumno que es víctima de un
abusador no tiene características homogéneas. Puede ser un estudiante con
bueno, mediano o mal rendimiento académico. En muchas de las ocasiones tiene
escasas habilidades sociales, aunque no siempre es tímido ni reservado.
Un tipo de víctima,
llamada víctima provocadora, se
caracteriza por ser muy interactiva lo que la lleva a implicarse en conversaciones
de otros grupos sin haber sido invitada y a cometer torpezas sociales que otros
evitarían. Su torpeza suele ser la excusa para que el agresor justifique su
comportamiento.
Con frecuencia, las
víctimas son alumnos que están bien integrados en el sistema educativo,
particularmente en las relaciones con los adultos; atienden al profesor, son
muy sensibles a las recompensas en cuanto a sus tareas académicas y provocan
envidia y celos entre los otros.
En ocasiones, la víctima
es un chico cuya debilidad social reside en no haber tenido experiencias
previas de confrontación agresiva. Chicos sobreprotegidos o educados en un
ambiente familiar tolerante y responsable, exhiben una gran dificultad para
enfrentar retos de prepotencia y abuso. Estos chicos tienden a refugiarse en un
reducido número de amigos íntimos, fuera de los cuales se sienten perdidos.
Muchas víctimas son
chicos que tienen alguna deficiencia física o psíquica: chicos con dificultades
de desarrollo, trastornos en su trayectoria de aprendizaje y que son objeto de
programas especiales; chicos que utilizan anteojos, que tienen orejas grandes,
pequeñas o desplegadas, ser obeso o muy delgado, pequeño o grande para su edad,
etcétera.
Otro tipo de víctimas son
las que pertenecen a grupos sociales diferenciados, como puede ser migrantes o
indígenas, por ejemplo. Este tipo de violencia tiene una clara connotación
racial.
Los espectadores. Según Ortega (2004), los alumnos se encuentran bien
informados sobre la existencia de problemas de maltratos entre compañeros:
conocen bien en qué consiste el problema, quién o quiénes son los abusadores,
quién o quiénes son objetos de abuso e intimidación, dónde tienen lugar los
malos tratos y hasta dónde llegan. Los alumnos que presencian estas situaciones,
los espectadores, pueden resultar afectados en sus sistemas de creencias, ya
que, aunque las situaciones violentas no están dirigidas contra ellas, el
intercambio de afectos y sentimientos que se dan en ellas puede llegar a ser
cruel y devastador. Cuando un abusador insulta, humilla, intimida o agrede a
otro en presencia de terceros, sin ahorrar el espectáculo a los que miran e
incluso piden su complaciente asentimiento, provoca en la mente de los
espectadores un problema de disonancia moral y de culpabilidad, porque le está
pidiendo que aplauda, o al menos ignore, una crueldad de que el espectador no
es responsable como agente, pero sí como consentidor.